domingo, 13 de mayo de 2012

La Propiedad Intelectual como motor de desarrollo de la Empresa
Ximena Sepulveda, Jefa de la Unidad de Propiedad Intelectual Universidad de Concepción


En la actualidad -a nivel mundial- casi la mayoría de las empresas innovadoras incluyen dentro de su estrategia de negocios, como pieza clave, la titularidad de derechos de propiedad intelectual, sean ellos derechos de autor, patentes de invención o marcas comerciales, por sólo citar algunos. Así, nuevas estadísticas de propiedad intelectual publicadas por la Organización Mundial de la propiedad Intelectual, a fines del año pasado, dan cuenta de un aumento de solicitudes de patentes, que pasaron de 800 mil solicitudes a nivel mundial a principios de 1980, a cerca de 2 millones en 2010. Ese aumento fue impulsado por Japón en la década de los ochenta, junto con los Estados Unidos, Europa y la República de Corea en la década de los noventa y, más recientemente, por parte de China.

Aunque hay muchas explicaciones para este rápido aumento, algunas de las cuales son aplicables a sectores específicos, existen dos causas fundamentales. La primera de ellas está vinculada a la creciente globalización económica, lo cual lleva consigo -como efecto- que los titulares de las patentes internacionalicen la protección, y como segundo motivo, el aumento de la inversión en conocimiento subyacente. Esto quiere decir que el aumento del número de patentes nos habla de un aumento de la inversión en I+D, por parte del Estado y las Empresas.

Así las cosas, las empresas nacionales no pueden sino seguir el rumbo que han recorrido con éxito las empresas niponas, americanas y más recientemente las chinas, vale decir, incorporar dentro de sus activos nuevas tecnologías nuevos procesos y nuevos usos, de modo de maximizar sus utilidades y entregar mejores productos a sus usuarios. Esas nuevas tecnologías hoy están disponibles en la región, y las que no, pueden ser desarrolladas de modo eficiente y oportuno por las Universidades y Centros de Investigación locales. El desafío entonces, es simplemente, seguir la huella de aquellos que ya han probado que incorporar intangibles a sus procesos no es un gasto, sino que -por el contrario- constituye una inversión para el éxito futuro.




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